“Tengo Sed”:
La Adoración en la Tradición Cristiana
La Adoración en la Tradición Cristiana
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo:
Cuando Jesús se encontró con la mujer samaritana junto al pozo, le pidió agua para beber (cf. Jn 4, 4-42). Jesús tenía sed. Esta petición de Jesús a la mujer samaritana desencadenó un diálogo improbable entre un judío devoto y una samaritana de dudosa reputación, un encuentro que no estaba permitido por las reglas religiosas de la época.
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo:
Cuando Jesús se encontró con la mujer samaritana junto al pozo, le pidió agua para beber (cf. Jn 4, 4-42). Jesús tenía sed. Esta petición de Jesús a la mujer samaritana desencadenó un diálogo improbable entre un judío devoto y una samaritana de dudosa reputación, un encuentro que no estaba permitido por las reglas religiosas de la época.
Este encuentro personal de Jesús con alguien profundamente herida por su historia, su comunidad y sus propias acciones condujo a su sanación y transformación. Posteriormente, ella correría a la comunidad que antes había tratado de evitar por vergüenza para anunciar con total alegría su encuentro con Cristo, “… un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho” (Jn 4, 29). Todo el diálogo comenzó con Jesús expresando su sed. Como descubrimos en la historia, Jesús no solo tenía sed física, sino que también tenía sed de la fe de la mujer, de la sanación de sus heridas espirituales y emocionales, de su espíritu misionero y de su alegría.
En el diálogo, ¡somos testigos del movimiento espiritual que va del triste cinismo de la mujer a la curiosidad y a la apertura a la fe en acción! ¡Ella también tenía sed! Aislada, tenía sed de comunidad y comunión; herida, tenía sed de sanación; cínica, tenía sed de alegría; atrapada en una vida de oscuridad y pecado, tenía sed de libertad espiritual.
Jesús también tiene sed de ti y de mí. Ya tenemos fe, podríamos decir. Pero ¿tenemos el espíritu misionero de la mujer samaritana que no puede esperar para compartir con los demás el motivo de su nueva alegría?
¿Por qué, en una columna sobre la adoración, me concentraría en la sed espiritual? Porque, así como el cuerpo humano no puede vivir sin agua, el alma humana no puede vivir verdaderamente sin ser saciada por el agua viva del amor, la gracia, el perdón y la amistad de Dios.
Esto es lo que sucede en la adoración. El corazón humano se encuentra con el corazón de Dios, y su amor redentor sacia el alma sedienta. Porque somos humanos, esto sucede a través de signos y símbolos, para señalarnos la presencia real y transformadora de Cristo en su Iglesia, en la Palabra proclamada, en la persona del sacerdote que preside y, muy especialmente, en el pan y el vino transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para nutrirnos y saciar nuestras almas sedientas.
Si bien existen muchas formas de oración y adoración en la tradición cristiana, la Eucaristía es la “fuente y cumbre” de nuestra vida de fe. Si nos hemos alejado de la participación en la adoración, los invito a volver con el corazón y la mente abiertos. Si participamos, pero no nos sentimos alimentados ni nuestra sed saciada, los invito a mantener abiertos el corazón y la mente; a seguir pidiendo, a seguir buscando.
En los próximos años, mientras exploramos maneras de hacer más palpable el encuentro de nuestro corazón con el corazón de Dios en la adoración, esperamos que ustedes acudan al pozo del amor y la misericordia de Dios y que podamos encontrarnos allí para saciarnos de alegría.