| Por El Obispo Oscar Cantú

Evaluando Nuestra Práctica de la Virtud de la Esperanza

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

Al concluir el Año de Jubileo de la Esperanza en los próximos meses, creo que es un buen momento para evaluar nuestra práctica de la virtud de la esperanza en nuestras vidas.

Cuando el difunto Papa Francisco anunció el tema del año jubilar, era el 11 de febrero de 2022, Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. El mundo aún se estaba recuperando de la pandemia, y era comprensible que el trauma y el dolor provocados por ella requirieran sanación (espiritual, emocional, relacional, financiera y de otras áreas). Por lo tanto, el tema de la esperanza era sumamente apropiado e incluso necesario. Si bien la experiencia de la pandemia ya es más lejana en nuestra memoria, sus efectos aún persisten. Pero también lo hace la esperanza: perdurable e inquebrantable.

En esa carta de 2022, el Papa Francisco afirmó, “Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras.” ¡Qué visión tan hermosa y esperanzadora para la Iglesia y para el mundo!

Más cerca del jubileo, en mayo de 2024, el Papa Francisco emitió la bula oficial de invocación, Spes Non Confundit (SNC), “La Esperanza no Defrauda,” comenzando con esa reconfortante cita de la Carta de San Pablo a los Romanos (5:5). La cita completa de Romanos 5 dice, “Y esa esperanza nunca nos defrauda, pues Dios llenó nuestros corazones de su amor por medio del Espíritu Santo que él mismo nos dio.” Vemos entonces que el fundamento de la esperanza cristiana es el amor de Dios, ya dado a nosotros por medio del Espíritu Santo.

El Papa Francisco escribe, “La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz” (SNC, 3). Además, afirma: “La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino.”  Francisco continúa, citando de nuevo a San Pablo, “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 35.37-39).

Esta poderosa y abarcadora descripción de San Pablo subraya la convicción del Apóstol de que nada puede separarnos del amor de Dios. Por eso la esperanza persevera ante las pruebas: “se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad [amor], y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida.” Incluso cuando nuestra fe se pone a prueba y se desanima, y el amor se debilita, la esperanza nos sostiene, cansados y heridos, a través de la tribulación, haciéndonos resilientes y fuertes.

Se reveló mucho después de su muerte que Santa Teresa de Calcuta, durante años, no sintió la presencia ni el consuelo de Dios en gran parte de su vida. Incluso en esta oscuridad espiritual, siguió adelante con esperanza, confiada en que Dios no la defraudaría. Fue paciente con Dios en su silencio debido a su confianza y esperanza en Él. ¡Que podamos tener un poco de la paciencia de Santa Teresa! Que Dios nos conceda paciencia en este mundo nuestro, a veces frenético. Santa Teresa ahora disfruta, ve y siente la presencia amorosa y gloriosa de Dios en la eternidad. ¡Su paciencia y esperanza han dado fruto en la gloria y el gozo de Dios!

Aunque la pandemia de hace unos años puede que no ocupe tanto nuestras mentes, quizás la angustia de las guerras en Ucrania y Gaza nos inquiete la conciencia, y con razón. O quizás las divisiones en nuestro país, entre nuestras familias o dentro de nuestras comunidades nos quitan el sueño. Sea cual sea la oscuridad que oprime nuestras mentes y corazones, ¡la esperanza no decepciona! ¡Aferrémonos a la esperanza, porque nada puede separarnos del amor de Dios!

¿Qué sigue en el futuro, se preguntarán, al concluir este Año de Jubileo? Coloco un par de fechas en nuestros calendarios y corazones: los años 2031 y 2033.

En 2031, la Diócesis de San José celebrará su 50º Jubileo. Coincide también con el 500º aniversario de las apariciones de María en la Ciudad de México. En su conclusión de Spes Non Confundit, Francisco señala el quinto centenario de las apariciones de María. Afirma, “Por medio de Juan Diego, la Madre de Dios hacía llegar un revolucionario mensaje de esperanza que aún hoy repite a todos los peregrinos y a los fieles: ‘¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?’ Ese mensaje sigue tocando nuestros corazones…” (SNC 24). Con este fin, planeo guiar personalmente una serie de peregrinaciones a México en los próximos años para quienes estén interesados. Próximamente se ofrecerá más información.

Finalmente, el año 2033 marcará el 2000o año de la Resurrección de nuestro Señor, ¡la razón definitiva de nuestra esperanza! “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11:25).

Estos hitos no son simples fechas en el calendario, sino oportunidades para reunirnos y celebrar nuestra fe y esperanza. ¡Ahora, con nuestro recién elegido Papa León, nuestro pastor universal, y con todos los fieles, “regocijémonos en la esperanza, seamos pacientes en el sufrimiento y perseveremos en la oración” (Romanos 12:12)!