
La Oración es Esencial para la Renovación Espiritual
Al principio, mientras investigaba con otras diócesis que habían realizado planificaciones pastorales y habían experimentado cambios significativos en su estructura ministerial, tuve una conversación telefónica con un obispo a quien conocía bien y respetaba profundamente. La diócesis de este obispo estaba mucho más avanzada en su propio proceso de planificación pastoral que nosotros. Mientras conversábamos sobre su proceso, me dijo algo que se me quedó grabado, “Oscar, puedes crear el plan perfecto, tomar las decisiones correctas y tener a las personas adecuadas en los puestos adecuados, y sin embargo, si el núcleo de tu actividad en la diócesis no es la renovación espiritual, tu plan fracasará.” No dijo que podría fracasar ni que tendría menos posibilidades de éxito. Dijo que fracasará. Categóricamente. Esto, obviamente, me llamó la atención. Ese obispo tenía mucha más experiencia que yo, y su experiencia reciente en la planificación, la conducción y la gestión del cambio, confesó, no fue fácil. Sin embargo, creía que, por difícil que fuera, era necesario, y que Dios estaba llamando a su diócesis.
Basándome en parte en esta conversación, sigo repitiendo algo de lo que estoy convencido: la renovación espiritual debe estar en el centro de nuestro plan pastoral y debe ser el objetivo final.
¿Qué significa la renovación espiritual?
Al principio de nuestra planificación, me preguntaron qué quería decir con “renovación espiritual.” Buena pregunta: es importante que coincidamos en nuestra terminología. Considero que la renovación espiritual es abrir nuestros corazones y mentes a Dios con regularidad para que el Espíritu Santo pueda obrar en nuestras vidas. ¿Cómo sabemos cuándo el Espíritu Santo está obrando en nuestras vidas? Así como reconocemos un árbol por su fruto, podemos ver al Espíritu Santo obrando en las personas y comunidades cuando percibimos sus frutos. Cuando percibimos la caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad estos son algunos indicadores de que el Espíritu Santo está obrando en una persona o en una comunidad (cf. CIC 1832; Gálatas 5, 22-23).
Abriendo nuestros corazones al corazón de Cristo
La apertura de nuestros corazones y mentes a Dios está en el corazón de la oración – una apertura de nuestro corazón al corazón de Cristo. Y permitiendo que su corazón forme los de nosotros. Hay muchas formas de oración: formal, espontánea, litúrgica, silenciosa, contemplativa y demás. La cosa importante en cualquier manera de oración es que abramos nuestros corazones al corazón de Cristo. En este encuentra de corazones es donde empieza y continúa la renovación espiritual. Da frutos en nuestras vidas personales y también en nuestras vidas comunitarias y eclesiales.
Consejos útiles para comenzar y mantener una vida de oración
Lugar: Es útil tener un lugar que identificamos con la oración. Podría ser nuestra habitación, nuestro patio, nuestra sala de estar, e incluso una silla especial para sentarnos. Algunos asisten a misa entre semana, además de la del domingo, por lo que la iglesia o capilla se convierte en un lugar habitual para la oración. De hecho, para eso están las iglesias y capillas: para adorar y orar a Dios.
Tiempo: Como somos criaturas de hábitos, también es útil tener un tiempo regular para orar. Si nos levantamos temprano por la mañana, puede ser un buen momento tranquilo para hacerlo. Cuando era adolescente en la secundaria, solía tener muchísima tarea que hacer después del entrenamiento de baloncesto. Así que llegaba a casa, me echaba una siesta corta mientras la casa seguía en movimiento. Luego me levantaba, cenaba y estudiaba hasta bien entrada la noche, cuando la casa se quedaba en silencio. Recuerdo tomar descansos del estudio a altas horas de la noche, pararme frente a un retrato de mi familia y rezar por ella. Otros rezan el rosario camino al trabajo. Obviamente, hay muchas posibilidades y oportunidades en nuestra vida para orar.
Compañeros de oración: Algunas personas disfrutan de formar parte de un grupo de oración, ya sea en la parroquia o en casa de alguien. Hace muchos años, mi madre tenía un grupo de oración con mujeres que se reunían todos los viernes por la mañana en nuestra casa, mientras los niños estaban en la escuela. Si su cónyuge está dispuesto, los animo a rezar juntos, quizás leyendo el Evangelio del día, guardando un breve silencio, luego ofreciendo peticiones espontáneas y finalmente rezando el Padrenuestro. Algunas familias rezan el rosario juntas.
Quizás, como meditación en nuestra oración, podríamos reflexionar sobre ¿si cada fruto del Espíritu está presente en nuestras vidas, y en qué medida, en nuestra parroquia o comunidad? Si no lo están, pidamos con fervor a Dios. “Pedid, y se os dará” (Lc. 11:9).
Obispo Oscar Cantú