| Por El Obispo Oscar Cantú

Como obispo, era escéptico sobre la sinodalidad

La Iglesia Latinoamericana cambió mi forma de pensar

Algo sorprendente sucedió en el desarrollo del documento del Vaticano II sobre la iglesia, Lumen Gentium, en 1964.

El borrador original del documento, duramente criticado por los Padres del Concilio, fue descartado a favor de uno que colocó un capítulo sobre el Pueblo de Dios (capítulo 2) antes de un capítulo sobre la jerarquía de la iglesia (capítulo 3).

Este cambio fue asombroso para una iglesia que se había acostumbrado a una cultura centrada en el clero. Pero el cambio no era una novedad en la iglesia; se basaba profundamente en las Escrituras y la Tradición. Este cambio en Lumen Gentium — mientras aclaraba el papel propio y esencial de la jerarquía en la iglesia— señaló una corrección a los excesos de una cultura clerical.

Presencié un cambio similar, no en un documento eclesial sino en una práctica eclesial, del 21 al 28 de noviembre de 2021, en la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe en Cuautitlán, México. La asamblea, organizada por el consejo de obispos latinoamericanos, comúnmente conocido como CELAM, fue la culminación de varios meses de consulta a nivel local, regional y nacional en 20 países, en la que contribuyeron cerca de 70.000 personas, ya sea individualmente o como representantes de sus comunidades.

Fui invitado a la Asamblea Eclesial como uno de los pocos participantes presenciales de los Estados Unidos. (Otros setenta de los Estados Unidos participaron en línea). Lo que presencié no solo fue fascinante, lleno de oración y cautivador; fue una manifestación del contenido y espíritu de Lumen Gentium, particularmente el capítulo 2, “El Pueblo de Dios.”  Fue una experiencia de sinodalidad eclesial en acción.

Debo confesar que me preocupaba el deseo del Papa Francisco de que la sinodalidad se implementara en todos los niveles de la iglesia. En Cuautitlán se acabaron mis dudas sobre la sinodalidad.

Primeramente, me preocupaba que la sinodalidad generaría un proceso caótico. En mis casi 30 años como sacerdote, sonrío cada vez que alguien me pregunta: “Padre/Obispo, ¿tiene cinco minutos?” “Cinco minutos” a menudo se convierte en un monólogo extenso repleto de quejas, diatribas y, a veces, ¡historias personales irrelevantes!

Me preocupaba que el proceso sinodal sería compuesta de reuniones eclesiales largas y difíciles de manejar que carecen de dirección. No fue así en la Asamblea Eclesial de Cuautitlán, donde más de 1000 personas —120 asambleístas presenciales, a los que se unieron en línea otros 900 delegados— se reunieron durante una semana para discutir y discernir. Se programaron contribuciones e intervenciones para todos, obispos y laicos por igual, adhiriéndonos minuciosamente a nuestro calendario y temas.

Sin lugar a duda, este tipo de disciplina requiere mucha preparación, supervisión y energía.

Participar en un proceso sinodal en cualquier nivel requerirá planificación y disciplina. La disciplina es esencial para que el proceso sinodal se lleve a cabo con éxito.

Lo que presencié en Cuautitlán no fue de ninguna manera caótico; fue reflexivo, piadoso y productivo.

Mi segunda preocupación era que el proceso sinodal ignoraría el papel de los obispos como auténticos maestros de la fe. Me preocupaba que la igualdad impregnara el proceso, de modo que la voz magisterial y pastoral y el lugar de los obispos se vieran indebidamente disminuidos. Aprendí que los obispos debemos ser pacientes con el proceso y permitir que se escuchen las voces.

En este proceso, podemos aprender mucho sobre las experiencias de las personas en diversos sectores de la sociedad. Este escuchar informa más plenamente nuestras decisiones y acciones pastorales y proporciona color, historias y, sí, credibilidad, a nuestra enseñanza. En efecto, el obispo encarna su iglesia local (cf. Lumen Gentium 22); sin embargo, la participación plena, activa y consciente de los laicos, religiosos y clérigos puede ser una manifestación más plena del Cuerpo de Cristo. De hecho, la manifestación completa de la iglesia se produce cuando un obispo se reúne con su presbiterio, diáconos, religiosos y fieles laicos en torno al altar para la celebración de la Eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium 41).

Asimismo, cuando el magisterio se reúne con laicos y laicas, jóvenes y mayores, consagrados y consagradas, presbíteros y diáconos en asamblea eclesial, la iglesia se manifiesta más plenamente. El proceso de sinodalidad, como ha subrayado el Papa Francisco, no es una convención ni un parlamento. Es una expresión de la iglesia, todo el pueblo de Dios, en donde la jerarquía escucha para cumplir más eficazmente su función esencial de enseñar, gobernar y santificar.

En Cuautitlán aprendí que la sinodalidad, con todos los sectores de la iglesia representados en un proceso de discernimiento de la iglesia, no tiene por qué ser caótica ni por qué descartar el papel propio de los obispos como auténticos maestros de la fe. Más bien, experimenté un proceso ordenado y disciplinado en el que los miembros de la jerarquía pudieron escuchar profundamente las ideas, preocupaciones, y oraciones de los laicos.

Y escuchar particularmente a los que están en los márgenes: a los adultos jóvenes profundamente preocupados por la capacidad de la iglesia para llegar a los corazones y las mentes de los jóvenes, a las mujeres laicas que son teólogas y otras que trabajan con los afrodescendientes en América Latina, a los hombres y mujeres religiosos que trabajan en varios sectores del ministerio de la iglesia, a diáconos y sacerdotes, y entre sí.

La presencia del Espíritu Santo era palpable en este proceso de sinodalidad. No solo se tiene el privilegio de participar y de tener una voz en el proceso, sino que, al participar, se entra en la sagrada disciplina de escuchar a los demás. Este proceso ennoblece a los participantes, a los que hablan y a los que escuchan. Y por fin, todos los participantes están llamados a escuchar la voz del Buen Pastor a través del Espíritu Santo al principio, en el medio, y al final del proceso.

Aunque el proceso sinodal requiere más planificación, organización, esfuerzo y tiempo que las reuniones o conferencias ordinarias, el proceso sinodal es más efectivo, particularmente a largo plazo, ya que muchas más personas están conectadas e involucradas en el proceso eclesial, en los temas, y en las decisiones

Especialmente en una época en la que los católicos bautizados se están alejando de la iglesia a un paso alarmante, un proceso sinodal que involucre a los marginados puede ser justo lo que recetó el doctor para una iglesia herida por el escándalo clerical y el secularismo cultural.


Publicado originalmente por National Catholic Reporter. Reimpreso con permiso.