Share this story


 | Por Obispo Oscar Cantú

A los Fieles de la Diócesis de San José

Cada año visito nuestras escuelas católicas en la diócesis y soy testigo de los maravillosos programas que educan a nuestros estudiantes en su totalidad, permitiéndoles crecer intelectual, emocional, social y espiritualmente. Soy testigo de su alegría, su fe, su seguridad y su sinceridad. En diversos entornos, visitó e interactúo con nuestros adolescentes y adultos jóvenes, escuchando sus preguntas, inquietudes, esperanzas y sueños.

A veces me pregunto: ¿qué pasa con los niños, adolescentes, y jóvenes a los que no llegamos? ¿Qué pasa con aquellos que se han alejado de la iglesia? ¿Quién los escucha? ¿Quién camina con ellos?

Encontramos nuestra respuesta en el evangelio donde los discípulos, en el camino a Emaús, se encontraron abatidos, con sus esperanzas en Jesús destrozadas por la crucifixión. Incluso mientras se alejaban simbólicamente de su fe y de la iglesia en Jerusalén, Jesús se les apareció. A través de sus lágrimas y la nube de desesperación que los rodeaba, no lo reconocieron. Pero Jesús los escuchó y continúa haciéndolo a través de nosotros.

Quiero enfatizar que Jesús escuchó. Escuchó y comprendió su decepción. Sólo después de haberlos escuchado, explicó la verdadera historia de la salvación, incluida la de su propio sufrimiento, muerte y resurrección. Su historia fue de esperanza y, de hecho, de alegría que impulsó a los discípulos a invitarlo a cenar, donde finalmente lo reconocieron al partir el pan. Esta historia se repite cada vez que un discípulo se esfuerza por escuchar como lo hizo Cristo y se encuentra escuchado como discípulos que personalmente hacen espacio para encontrarse con el Señor y recibirlo en misa.

Cuando yo era adolescente y estaba muy ocupado en la escuela, los deportes, y pasaba tiempo con amigos y familiares, sentí un llamado a involucrarme en mi fe en el grupo juvenil y el coro de la parroquia. Los retiros impactantes a los que asistí en mi juventud realmente ayudaron a profundizar mi fe y una relación personal (y eclesial) con Jesucristo. Fue durante esos años que comencé a sentir el llamado al sacerdocio, al que finalmente respondí al graduarme de la escuela secundaria.

Como sacerdote joven, pasé mucho tiempo en el ministerio de adolescentes y adultos jóvenes. Esta experiencia enriqueció personalmente mi fe y mi identidad sacerdotal al escuchar las experiencias de la vida real de los jóvenes adultos. En un ambiente que parece cada vez más secular y más ocupado, invito a nuestros jóvenes y adultos jóvenes a encontrar en Jesús un confidente, un amigo, alguien que nos escucha y nos ama pase lo que pase. Jesús nos llama a salir de nosotros mismos para seguirlo y ser transformados por él en la persona que Dios nos llama a ser, llenos de amor, paz y alegría.

A medida que implementamos nuestro Plan Pastoral en la diócesis, tendremos oportunidades de escuchar más atentamente a nuestros católicos jóvenes y tomar en serio las sugerencias sobre cómo mejorar nuestro ministerio juvenil y cómo llegar a aquellos que ya no están en nuestros programas. Queremos que nuestro ministerio para jóvenes y adultos jóvenes no sea simplemente para ellos, sino con ellos.

¡Mantengamos a nuestros católicos jóvenes en nuestras oraciones!