Los dones duraderos de la educación católica
Recuerdo que mi abuela me dijo, cuando nació nuestro hijo mayor, que nuestra responsabilidad más importante era criarlo para que fuera santo y pedir la gracia que lo ayudará a llegar al cielo. Enviar a nuestros hijos a escuelas católicas fue una de las formas de encaminarlos hacia la santidad. La Semana de las Escuelas Católicas se celebra en enero de cada año, por lo que es el momento perfecto para destacar algunos de los frutos de la educación católica en nuestro camino para criar santos.
Recuerdo que mi abuela me dijo, cuando nació nuestro hijo mayor, que nuestra responsabilidad más importante era criarlo para que fuera santo y pedir la gracia que lo ayudará a llegar al cielo. Enviar a nuestros hijos a escuelas católicas fue una de las formas de encaminarlos hacia la santidad. La Semana de las Escuelas Católicas se celebra en enero de cada año, por lo que es el momento perfecto para destacar algunos de los frutos de la educación católica en nuestro camino para criar santos.
El centro
Fomentar una relación con Jesús y aprender a vivir el Evangelio es el centro de todo. A medida que los alumnos crecen en su conocimiento de Jesús, aprenden a imitar sus acciones y poner en práctica sus enseñanzas. En medio de los conflictos, la disciplina, las relaciones y los desafíos, se enseña a los alumnos a buscar el amor y la verdad de Jesús para formar su comportamiento, sus actitudes y acciones.
Dos importantes
Los sacramentos y la oración están entrelazados en la vida cotidiana. Asistir a Misa y recibir la Eucaristía con frecuencia es lo que muchos santos llaman la “receta para el cielo”, y muchos alumnos de escuelas católicas tienen esta oportunidad cada semana. Cuando los sacramentos se añaden a las pausas de oración intencionadas a lo largo del día, los alumnos pueden formar hábitos de oración y fidelidad que les servirán durante toda su vida.
El eslabón perdido
Los mensajes que envía nuestra cultura no siempre están diseñados para ayudarnos a crecer en santidad, pero una educación católica impregnada de virtudes es el antídoto contra esos mensajes contradictorios. El Evangelio expone las virtudes y las aulas católicas les dan vida. Los debates sobre el aprendizaje, las actividades y la responsabilidad de vivir las virtudes son los cimientos de un gran discipulado. Un énfasis temprano en la honestidad, humildad, generosidad, templanza y paciencia, entre otras, puede cambiar vidas. La fe en lugar del miedo, la humildad en lugar de la jactancia y el compartir y la satisfacción en lugar de la codicia son intercambios basados en el Evangelio que hacen santos.
Comunidad
Al formar parte de una escuela católica, los alumnos aprenden que forman parte del Cuerpo de Cristo. Como nos recuerda San Pablo, cada parte del Cuerpo tiene dones diferentes (véase 1 Cor 12:4-11). Las aulas de las escuelas católicas son lugares hermosos para celebrar todas las formas en que Dios nos ha creado de manera diferente y perfecta, y que, a pesar de nuestras diferencias, todos somos uno en el Señor. Arraigadas en este sentido de conexión con todos los demás miembros del Cuerpo, las escuelas católicas forman a los alumnos para que ayuden a los que sufren mediante la divulgación y el servicio, atrayendo a los alumnos a la solidaridad con la comunidad más amplia, más allá de los muros de su escuela.
Dones duraderos
Palabras como misericordia, gracia y perdón se pronuncian y practican a diario. A los alumnos se les da el don de la verdad: la verdad de Dios enraizada en las Escrituras. Se enseña a los alumnos a encontrar su valor y motivación acudiendo a su Creador, no al mundo. Y el mayor regalo de todos, en un mundo que atesora el ajetreo y la independencia, a los alumnos de una escuela católica se les enseña a hacer una pausa con el Señor para estar quietos y saber que él nos invita a depender de él para todo lo que necesitemos.
La Semana de las Escuelas Católicas es del 25 al 31 de enero de 2026
Sheri Wohlfert es una esposa, madre, abuela, oradora y escritora católica. Visite su blog en www.joyfulwords.org.
