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 | Por El Padre Mike Schmitz

¿Qué debemos pensar de los conversos famosos?

Me he dado cuenta de que últimamente ha habido varias “conversiones de famosos” a la fe católica. Estos individuos parecen estar recibiendo mucha atención de los católicos en Internet (tanto positiva como negativa). ¿Cómo debemos responder a estos nuevos (y conocidos) hermanos y hermanas?

Te agradezco que hayas formulado esta pregunta. De hecho, llevo varios años dándole vueltas: ¿Qué “hacemos” con los “católicos famosos”?

En primer lugar, creo que es potencialmente valioso comprendernos a nosotros mismos. ¿Qué hay en las personas famosas que nos mueve a dar tanta importancia a sus pensamientos y acciones? Como seres humanos, estamos orientados a reconocer la excelencia. Estamos naturalmente (y divinamente) dispuestos hacia lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello. Por la razón que sea, los famosos suelen representar estas cualidades en nuestra imaginación. Los atletas revelan la excelencia en su deporte (aunque no siempre la tengan en otros ámbitos). Los actores representan virtudes (aunque no siempre las tengan en la vida real). Los pensadores y políticos representan la inteligencia e influencia (aunque sus pensamientos y acciones no siempre estén alineados con lo Verdadero o lo Bueno). Las modelos simbolizan la belleza (al menos en lo externo).

Por ello, imponemos una cierta carga a estas personas. Si revelan la excelencia, retratan la virtud o representan nuestros ideales en un área, deben ser excelentes o virtuosos o vivir el ideal. Es una fuerte tentación, incluso cuando sabemos que no es cierto.

No sólo eso, sino que nosotros, como cristianos católicos, a menudo podemos sentirnos un poco desfasados con respecto al resto del mundo. Aunque una persona puede practicar libremente su fe católica en este país y en esta cultura sin mucho miedo, sigue habiendo algo contracultural en ser un católico plenamente comprometido. Está claro que estamos destinados a estar “en el mundo, pero no ser de él”. Sin embargo, sentir que uno está fuera puede ser una experiencia genuina.

Por eso, hay algo en tener a alguien famoso “en nuestro equipo”. Puede darnos la ilusión de la validación. Nos recuerda que hay personas que representan lo que el mundo valora y que creen lo mismo que nosotros. Y hay algo extrañamente reconfortante en ello.

No obstante, mantengo que no es más que una ilusión de validación. Lo único que realmente valida nuestra fe es la realidad. La única razón para creer en algo no es que lo crea alguien que nos guste o respetemos, sino que sea cierto. Cualquier otra razón es inferior e ilusoria.

A pesar de todo esto, puede que haya algo más profundo en nuestra preocupación por las conversiones de famosos, algo que no es superficial ni manipulador y que habla de la esperanza que tenemos como creyentes en Cristo. Es la esperanza que se agita en nosotros en cada Vigilia Pascual, cuando vemos a la gente entrar en la iglesia buscando el bautismo, la plena comunión con la Iglesia y los demás sacramentos de iniciación. Cada vez que vemos a todas esas personas alejarse de cualquier tipo de vida que hubieran vivido anteriormente y dirigirse hacia el Señor, nos recuerda que nadie está tan lejos como para quedar verdaderamente fuera del alcance de Dios en esta vida.

Ver a alguien decir “sí” a Cristo y a su Iglesia nos recuerda que incluso las personas cercanas a nosotros, nuestros seres queridos por los que hemos rezado durante años, pueden permitir que la gracia de Dios irrumpa en sus vidas y los traiga a casa. A veces, los famosos que hay entre nosotros han vivido vidas muy públicas y alejadas de Dios, y, pero hecho de que él fuera capaz de llamar su atención y atraer sus corazones hacia sí nos da valor para seguir rezando por aquellos a quienes amamos. Son testigos de que Dios nos persigue implacablemente a cada uno de nosotros.

En este sentido, es justo que prestemos atención a los conversos. Sean famosos o menos conocidos, son un signo de esperanza. Y en su conversión, se han convertido en nuestros hermanos y hermanas.

Éste es el meollo de la razón por la que los atenderíamos: no porque sean famosos, sino porque son familia. No porque sean importantes, sino porque ahora son nuestros hermanos y hermanas. No porque sean más importantes que los demás, sino porque no son menos importantes que los demás.

Debemos atenderles del mismo modo que atenderíamos a nuestros hermanos y hermanas más jóvenes. En su camino, necesitarán apoyo, ánimo y oraciones.

Por supuesto, no hace falta decir que no necesitan la ayuda de un “guerrero del teclado”. Aunque su conversión al Señor sea pública, toda orientación debe ser personal. Esto significa que debe provenir de su párroco y de su parroquia local, no de mí ni de ti.

Colocarnos en la posición de guía moral de desconocidos sería poner en peligro nuestras almas. No somos sus maestros, pero su comunidad local podría serlo. Además, ellos no son todavía nuestros maestros, pero algunos de ellos podrían tener algún día mucho que compartir con nosotros sobre cómo ha obrado Dios en sus vidas y cómo quiere obrar en las nuestras.

Mientras tanto, recordamos lo que San Pablo escribió a San Timoteo sobre los obispos en la Iglesia primitiva: “Y no debe ser un hombre recientemente convertido, para que el orgullo no le haga perder la cabeza y no incurra en la misma condenación que el demonio” (1 Tm 3, 6).

Cualquier converso, famoso o no, es precioso a los ojos de Dios. Murió para que pudieran tener una nueva vida a través de la Iglesia y los sacramentos. Y debemos verlos así, no porque el mundo los reconozca, sino porque son conocidos por Dios, no porque importen a sus fans, sino porque importan a Dios.


El padre Michael Schmitz es director del ministerio para jóvenes y adultos jóvenes de la Diócesis de Duluth y capellán del Newman Center de la Universidad de Minnesota Duluth. Ask Father Mike es una publicación de The Northern Cross.

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