| Por Tram Nguyen

Lo Que Nuestra Familia Vio en Indiana

Qué bendición tan grande fue para mí y para mis dos pequeños participar en el Congreso Eucarístico Nacional. Estuvimos inmersos en múltiples procesiones de adoración, misas, confesiones durante todo el día y un estadio repleto de creyentes. ¡Cada fibra de mi ser, tanto humana como espiritual, se vio exaltada! La magnificencia que contemplamos durante esa semana es indescriptible.

Nos enteramos del Congreso Eucarístico Nacional (CEN) a través de la estación de radio Relevant Radio. En cuanto me enteré de que Relevant Radio ofrecía paquetes familiares para participar en este evento único en la vida, recé para encontrar una manera de poder pagar las entradas. Alabados sean el Señor y los Santos Joaquín y Ana por los generosos y fieles abuelos que nos regalaron todo el viaje.

 

Comenzando Con la Adoración

Llegamos tarde la primera noche del evento y fuimos directamente a la Adoración en la Iglesia de San Juan Evangelista. Fue hermoso. La iglesia estaba oscura, excepto por una luz blanca en el altar. Caminamos hasta el altar y nos arrodillamos para alabar a Nuestro Señor Jesús. Sentí un calor mientras reverenciaba a Jesús.

Soy viuda. Perdí a mi marido, y mis hijos perdieron a su padre, de forma repentina e inesperada hace apenas un par de años. Perder a un ser querido puede dejar un vacío enorme que parece que nunca se podrá llenar. Cuando estaba de rodillas frente al Santísimo Sacramento, podía sentir que mi corazón rebosaba del amor de Cristo.

Mientras mi hija, Maryam, y yo caminábamos de regreso al vestíbulo, noté que mi hijo de 9 años, Isa, no me seguía como suele hacerlo. Nos dimos vuelta y lo vi todavía arrodillado frente a la custodia. Cuando finalmente se unió a nosotros, dijo: “Mamá, sentí que el Cielo descendía a la tierra. Jesús vino y me envolvió en una nube muy acogedora. Sentí tanta paz.” Sus palabras trajeron una sensación de tranquilidad y seguridad que solo lo divino puede brindar.

La Vista Desde la Cima

Era la primera vez que mis hijos se sentaban en el piso superior de un estadio de fútbol. Desde nuestros asientos, podíamos ver a todos, lo que hizo que mi hija comentara: “¡Son como millones de hormigas, todas aquí para Jesús!” Durante la primera misa, la liturgia de la Eucaristía fue fascinante. Comenzando con el “Santo, Santo, Santo,” las decenas de miles de fieles hicieron una genuflexión en el piso de concreto. Todo el estadio estaba en silencio mientras el Cielo se encontraba con la tierra y el Señor nos saludaba, ofreciendo Su Cuerpo y Su Sangre. Al mirar a su alrededor, mi hija supo que algo especial estaba sucediendo. Susurró: “Esto es real.” Todos sentíamos una profunda sensación de conexión, formábamos parte de una comunidad más grande unida en la fe.

Dos cosas llenaron mi corazón más que nada: mi confesión y ver a las familias. Tuve la bendición de tener como confesor a Monseñor Timothy Murphy, de Oregón. Antes de hacer la señal de la cruz, me dijo: “Recuerda, Jesús está aquí para absolver tus pecados. Él solo me está usando como la forma humana para estar contigo, pero Él hace todo el trabajo.”

Hablando con Jesús

¡Qué increíble fue poder sentarme y hablar con Jesús! En la mayoría de las confesiones que he tenido, he seguido el “guión” que aprendí en mi primera reconciliación. En el Congreso Eucarístico Nacional, Jesús, actuando a través de la imagen del sacerdote, me invitó a omitir las formalidades de la confesión y a hablar; prometió simplemente escuchar. De pronto estaba abriendo mi corazón y las lágrimas brotaban de mis ojos. Sentí que el Señor me sostenía en el abrazo más amoroso. Podía sentir que Su misericordia lavaba mi culpa.

La segunda cosa que me impresionó fue ver la belleza de la Iglesia doméstica en acción. Habían tantas familias con niños pequeños, desde bebés en el vientre hasta adolescentes. Todos vinieron con una misión: ¡amar al Señor! En unidad con esa misión, los padres sonreían, los niños cantaban, los adolescentes celebraban, todo en el nombre de Jesús.

En el último discurso del evento, el Obispo Barron nos encargó que saliéramos a proclamar la Buena Nueva con la luz de Cristo. Para ello, debemos vivir en pobreza, castidad y obediencia, centrándonos en Cristo en lugar de en las tentaciones mundanas. Oramos para que nuestra Diócesis de San José crezca como un faro de la Luz de Cristo, tanto entre nosotros como en el mundo, especialmente en el último año del Congreso Eucarístico Nacional, 2025. ¡Alabado sea el Señor!


Tram Nguyen es madre de Isa Nguyen y Maryam Nguyen y feligresa de la Iglesia de Saint Elizabeth.

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