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 | Por Hna. Patricia Benson, OP, PhD, y Padre Bill Ashbaugh

Un ejercicio espiritual inspirado en San Agustín

San Agustín, que vivió en los siglos IV y V, pasó su juventud entregándose a la sensualidad y los placeres. Su madre, Santa Mónica, rezó incansablemente por su conversión al cristianismo. Finalmente, sus plegarias fueron escuchadas y Agustín se convirtió al cristianismo a los 31 años. Comenzó a escribir homilías, tratados y lo que se ha convertido en un clásico espiritual, Confesiones de San Agustín. En esta obra autobiográfica habla de su conversión. Dediquemos un momento a reflexionar sobre un pasaje de las Confesiones, en el que Agustín repasa sus primeros años de vida.

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.

Agustín llama a Dios "Hermosura" en este pasaje. Tomémonos un tiempo para pensar si, con todo el ajetreo de nuestras vidas, nos tomamos un tiempo para la Hermosura, para Dios. ¿Podemos reservar tiempo para calmarnos y dejar espacio para que Dios se nos revele?

Agustín llegó a ver que todas las cosas creadas están en Dios. Aprendió a tener una vida de oración profunda, duradera, rica y fructífera con Dios. Nosotros también podemos. Tomémonos un tiempo para realizar un ejercicio que puede ayudarnos a ir más despacio para tocar a Dios no sólo en la oración, sino también en las formas en que él se refleja en la hermosura de la creación.


1. Todas las relaciones requieren una inversión de tiempo.

Invierte tiempo en hablar con Dios, quizás 15 minutos para empezar.

2. Encuentra el lugar donde puedas rezar a Dios.

Este es un lugar tranquilo donde puedes estar a solas contigo y con Dios. Sé tú mismo.

3. Piensa con quién estás hablando.

Pueden surgir preguntas como: "¿Cómo puedo hablar con Dios?" "¿Qué le digo?" Piensa en esto: Eres hijo de Dios. Dios te ama. Dios no cambia de opinión al respecto. Dios no es voluble; un día te ama, y al siguiente, no.

4. Comienza tu oración "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... "

Empieza rezando el Padre Nuestro. Jesús nos dio esta oración; contiene todo lo que necesitamos.

Tómate tiempo hoy para dejar que la Hermosura (Dios) toque tu corazón.